En la Córdoba del siglo IX, un hombre llamado Ibn Firnas podría haber sido el primero en volar, al menos que se sepa.
Ibn Firnas dedicó bastante tiempo a la observación del vuelo de los pájaros. Construyó una máquina voladora, y la revistió de seda y plumas, pensando seguramente que las plumas transmitirían al aparato algo de la cualidad de las aves para volar. Desde luego no las colocó porque pensara que la ligereza de los materiales era esencial para que la máquina se elevara, ya que la estructura estaba hecha de materiales como madera o metal, más pesados . Quizás atribuyó a las plumas cierto simbolismo, y pensó que eso acercaba su aparato volador a la imagen de un pájaro, o quizás creyera que era preferible que el viento acariciara unas plumas o una tela de seda, a que se topara con un pedazo de madera o de metal.
El aparato, por supuesto, quedó destrozado, las plumas sin embargo, intactas.
Lo leve permanece.